jueves, 10 de febrero de 2011

Transformando escuelas en comunidades de aprendizaje

La Transformación de las instituciones educativas en comunidades de aprendizaje supone una respuesta educativa igualitaria a la sociedad de la información.
Con el presente sistema educativo, los centros de familias prácticas (cuyas personas adultas no tienen título universitario) tienen tendencia al aumento de la proporción de alumnado que no obtiene el nivel académico que la nueva sociedad requiere.
Las comunidades de aprendizaje parten de que todas las niñas y niños tienen derecho a una educación que no les condene desde su infancia a no completarla y no acceder a un puesto de trabajo. Para lograrlo hay que transformar la instituciones educativas en comunidades de aprendizaje.
La orientación es la transformación del contexto (y no la adaptación) tal como proponía Vygotsky (1979) y como proponen las teorías sociales (Beck 1998; Giddens 1991; Habermas 1987, 1998) y educativas (Freire 1997) más referenciadas actualmente en el mundo. En ambas se basa el aprendizaje dialógico (que engloba y supera el significativo).
Por este motivo, ya el primer paso, el sueño del nuevo tipo de escuela, es producto del diálogo y del consenso entre el mayor número de sectores implicados: profesionales del sistema escolar, profesionales de otras educaciones (educadoras y educadores sociales, centros de tiempo libre), asociaciones, familiares, empresas, alumnado y gobiernos locales.
Las ilusiones que proponen Habermas y Freire son utopías posibles. Al sueño le sigue la selección de prioridades para los años posteriores. El consenso es fácil. Los profesionales y las profesionales nos regimos por el principio de que todas las niñas y niños tengan oportunidad de acceder a los mismos aprendizajes que queremos para nuestros hijos e hijas. Todas las personas quieren una educación que les sirva para vivir con dignidad tanto en la sociedad actual como en la futura.
Para poner práctica el proyecto hay que transformar el contexto. Todas las personas adultas que se relacionan con el alumnado deben participar en esa transformación. Si el claustro va por un lado, las familias por otro y el centro de tiempo libre por otro, en sectores sociales no privilegiados queda asegurado el fracaso de mucha gente y de la propia institución. Para ello, hemos de cambiar la forma de pensar centrándonos en promover el diálogo, y no en si las capacidades se han de redactar en infinitivo y los contenidos en sustantivo.
Si hay que hacer una biblioteca tutorizada, una campaña de ajedrez, un aula de Internet o una mejora de los lenguajes, puede constituirse una comisión mixta que la organice y movilice los recursos materiales y humanos necesarios para lograrla. Un conjunto de personas adultas que atienda directamente a cada niño/a o grupo de niños/as puede lograr un mayor y mejor aprendizaje que en las bibliotecas habituales. Si además, la niña o niño encuentra en casa alguien que le pregunta aquello que ha leído, el efecto aumenta. Del mismo modo, también puede estar más de una persona adulta en un aula. Ello puede incluso facilitar que no haya que sacar a algunas niñas y niños del grupo para refuerzos o por sus necesidades especiales.
Un proceso de este tipo exige una formación que se adecúe a las actuales teorías sociales y educativas, es decir, que esté abierta a todas las personas adultas que se relacionan con el alumnado. Sabemos que la formación recibida por una madre o un padre repercute más que la del profesorado en el aprendizaje de sus hijas e hijos. Conviene crear en cada escuela e instituto un "CEP de familiares o de la comunidad”.
Con estos procesos se logra un importante incremento del aprendizaje instrumental y dialógico, de la competencia y de la solidaridad.

Lic. Carmen Rìos Espinoza
Aula 504
Maestria en Docencia Universitaria.

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